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sábado, 5 de noviembre de 2011

desesperación


Elsa sabía que en su cabeza merodeaban estomas sanguinolentos, ella era insoportable, sobretodo para sí misma. Decidió mirar la gotera del baño.


Caía la gota, repetible, estrepitosa, inodora. La membrana de la gota reflejaba el movimiento de su caída y, al caer el mundo se rompía con ella.


No había teléfonos ni la idea de tener uno pero el de la sala tintineaba sin cesar y Elsa decidió que no contestaría.


Para entonces la sala se anegaba de reflejos rotos de realidad, la acuosidad lenta muy lenta estragaba las botas cafés y el mueble del teléfono de la sala.


Era la Justicia de enero a Bordo de la comparsa. La casa contenía, perfectamente, la fuga de todas sus aguas y aunque Elsa olvidaba pensar, creía en el ciclo del carbono. No era profesional en nada, quería aprender a vivir antes de aprender cualquier otra cosa. Miraba la gota y de verdad que anulaba el muladar de palabras que habitan su mente.


Crecía su ira con el nivel de agua, abrió la llave porque aprendió de las gotas el idéntico parecido en el transcurrir del tiempo. A su modo, comprendió La Burla. La casa nunca dejó salir sus aguas ni se reventó. Elsa que deseó un teléfono de verdad.


Las botas cafés tuvieron un sueño profundo de un sueño que soñaba sus propios deseos en abstracto. Dormía y despertaba profundo. Caminaban y ahora se acuestan en los fondos. Ya en el abismo

superficialmente hablando- es que se confundían sobre el estado de sus conciencias. Escondieron, en el bozo de su espada, armas del imaginario colectivo. Se preguntaban condicionantes para contestarse con cualquier adverbio.